domingo, 25 de enero de 2015

Mochileando ando. Primera parte: Argentina.

Viajar; marcharse,  olvidarse de todo, no mirar atrás.  Viajar da una sensación de libertad. Viajar te permite reconocer y reinventar.  Viajar te regresa a una etapa más primitiva. Vuelves a lo más instintivo. Te reinventas todos los días, pruebas con diferentes personajes el que más te gusta ser. Te sales una sociedad y te vuelves espectador de ella misma. Conforme vas caminando se te van saliendo máscaras. Dejas de poco el personaje. Te desconectas constantemente por los bellos pensamientos que te llegan y al mismo tiempo vives el presente.  Te enfrentas a una nueva realidad en donde te alias con otros viajeros. Te das cuenta que el verdadero secreto de la vida es morir antes de morir.

Esta historia comienza conmigo,  que desde que vi diarios de motocicleta quise dejar todo y buscar en cada mirada de Latino América la raíz de lo eterno. Esta historia habla de otros muchos, que así como yo, necesitaban volver a recuperarse y liberarse de todas aquellas máscaras que los hacen sentirse un poco mas lejos del cielo. Esta historia habla de resistencia, de humildad, de amor, de pasión y habla de soltar.

El 20 de enero del 2015 estaba lista para emprender aquella aventura soñada. Con una mochila que pesaba más que mil rocas pero que la equilibraba la alegría, salí con mi compañero, maestro y muy querido amigo Nestor, rumbo a nuestro primer destino: Córdoba. 

Ese primer día fue sublime; Estaba celebrando mi cumpleaños y mientras viajábamos le pedía al universo encontrar en el camino toda esa paz, ese amor y sobre todo esa magia. 

Ambos éramos una mezcla de confusión y alegría.  Llegamos muy temprano por la mañana y al bajarnos del autobús nos sentíamos completamente perdidos. Nos dirigimos a lo conocido: Una estación de servicio en donde por unos cuantos pesos pudimos desayunar.


Creo que todo viajero experimenta lo que ambos experimentamos, dar mil vueltas sin sentido y terminar en lugares innecesariamente caros. Un mexicano solidario y buena onda que encontramos por couchsurfing y que en principio nos iba a hospedar nos sugirió ir a Villa General Belgrano,  así que en su casa mientras Nestor investigaba sobre el tema, me deshice de gran parte de mis cosas. Me cayo la ficha de lo absurdo que sería cargar en mi espalda el peso de lo material.

Para no hacer larga la historia llegamos a ese primer destino que parecía hecho para una película;  Lleno de casas hermosas, montañas y turistas con dolares para gastar. Preguntamos en un hostel que nos habló de 600 pesos la noche así que sin pensarlo dos veces arrancamos de nuevo a Córdoba Capital en donde nos hospedamos en un lugar de turistas europeos pero que nos dejó descansar. Temprano por la mañana nos fuimos a encontrar con el tercer viajero, Facundo,  un chico argentino,  con las mismas ganas de viajar y que al parecer tenía más clara la ruta a seguir que nosotros. Esa mañana compramos una casa de campaña y arrancamos a Capilla del Monte, uno de los paraísos argentinos hippies.

En una plaza divina pedimos información sobre algún camping, todos estaban llenos y el que quizás tendría lugar estaba a cuarenta minutos a pie y con una mochila que seguía pesando era complicado, sin embargo caminamos con fe y ánimo al escuchar a uno de los chicos que caminaba con nosotros y que recién conocíamos decir: "El peso del sueño que están viviendo en más fuerte que el de la mochila". Después de un camino de uno de los cielos más estrellados que he visto en mi vida llegamos al lugar. Entre curiosidad y asombro al ver que ese lugar era como la película la playa nos acomodamos en un cuadrito.  Esa noche conocimos a tres adolescentes llenos de energía y libertad que nos enseñaron más que nosotros a ellos si de experiencia se hablara: Cande, Pato y Matute. También conocimos un grupo de dos chicos que disfrutaban del tango y del compartir.

El darse cuenta de lo que uno está haciendo te va cayendo de a poco los primeros días,  es sentir que esas comodidades no estarán más,  que quizás ahora por mucho tiempo estarás durmiendo en quién sabe dónde, comiendo quién sabe qué y sobre todo que una ducha de agua caliente será un privilegio. Un día después de que llegamos a Capilla del Monte me di cuenta de eso,  me levanté con el pie izquierdo sabiendo que de nada servía sentirme así.  Dejando todo eso de lado empezamos a explorar, caminamos por montañas con lagos inmensos, colores increíbles y silencios perfectos.

Estuvimos tres días en ese paraíso,  el día que decidimos cambiar de ciudad nos dimos cuenta de lo mal hecha que estaba nuestra ruta y que una vez más debíamos volver a la capital para ir al próximo destino. En ese momento de shock de ver la cantidad de dinero gastado a lo bruto, Facundo decidió dejar la aventura y volver a Buenos Aires. Nestor y yo tratando de mantener la calma volvimos a la capital en donde Marcos, uno de esos angeles que te manda la vida, nos recibió gratis, nos dio de cenar, de tomar y nos prestó su ducha de agua caliente. Al día siguiente completamente revitalizados y agradecidos nos fuimos a Salta, en donde Silvia, una mujer que encontramos en Couchsurfing, nos esperaba.  
Es muy bizarro pero mientras mas vas subiendo al norte Argentino más todo adquiere un color latino. 


Silvia es instructora de Ballet, viajera nata y guerrera de corazón. Las dos noches que estuvimos con ella nos dio tantas lecciones de vida que en la sala de su casa nos creció más la cabeza y se nos abrió más el corazón.


Nestor y yo nos complementamos desde el principio, nos reflejábamos mutuamente las fortalezas y debilidades, y nos dábamos fuerza para seguir pisando con confianza. Uno se aferra a lo conocido y un amigo se vuelve parte de tu familia en cada paso. En Buenos Aires trabajábamos juntos en el mismo bar, y desde el principio supimos que nuestra amistad sería grande. Es como que te encuentras con un alma que ya conocías. Siempre voy a estar agradecida con la vida por darme la oportunidad de conocerlo, él es una clara muestra de perseverancia y justicia. 

Nos despedimos de Salta con ganas de acelerar el paso; Nestor tenía que estar a mediados de marzo en Colombia y además Argentina no nos beneficiaba en nada económicamente, así que nos subimos al autobús que nos llevaría a ese pueblo mágico llamado Purmamarca.

En Salta habíamos vendido pan relleno, con lo ganado conocimos a una amiga de Silvia que se llama Loli, LA Loli. Una mujer de gran corazón que había salido de la pequeña Salta para hacer una maestría en España y había conocido el amor con un Rumano. 
Loli, Otro ángel mandado a motivar e iluminar gente. 


Gracias a ella pudimos cambiar dinero y nos paso el dato de un hostel en donde podríamos hospedarnos gratis. Así que cuando llegamos a Purmamarca fue al primer lugar que acudimos y en el cual no pudimos hospedarnos gratis. Así que nos fuimos al camping, lo nombramos el "Camping de los desahuciados", un lugar "pintoresco" lleno de tierra, hippies de verdad, hippies de mentira, malabaristas y un montón de libertad. Mientras tratábamos de clavar intensamente las estacas de la casa de campaña al suelo de piedra llegó Martín.  Un chico de Jujuy que había salido a fumarse un porro a un balneario y había terminado levantando en la ruta a Lisandro,  Julliette,  Alizée y Paula. Un grupo que más tarde terminarían siendo parte importante de esta historia.


Al instante de haber conocido a Martín ya nos estaba presentando a sus amigos e invitándonos a compartir la cena. Más tarde nos juntaríamos a cenar choripanes y tomar tanto vino que acabaríamos montados en el cerro de los siete colores.
Hicimos una fiesta allá arriba, formamos varios grupos con fogata y alegrías, y bajo la luna, cursis y motivados por el vino agradecimos la fortuna de estar viviendo ese momento y nada mas.

Al día siguiente ya éramos un grupo que había decidido compartir la ruta y dirigirse a Tilcara. Un pequeñito lugar en donde encontramos una casa que te dejaba acampar en el jardín por algunos pesitos y de la cual no salimos más que a comprar comida y explorar un poco el cerro que ahora tenía catorce colores. Poco después brindamos con una cerveza "Norte" y partimos a Humahuaca el pueblo que me tiro varios baldes de agua helada y me enfrentó conmigo misma.

Llegamos a un gran y alejado camping en donde por algunos pesos de más podríamos dormir todos en cama. Para ese entonces el grupo era de nueve: Lisandro,  un rosarino de veinticuatro años,  pequeño con la alegría y brillo de un niño. Julliette una francesa que estudia arquitectura en Uruguay y que la caracteriza una actitud rebelde y un corazón de oro. Alizée,  lo contrario a Julliette,  una mujer con instinto maternal activado. Paula,  una española alegre, simpática, que disfruta de charlar y compartir, y que como las francesas estudiaba en Uruguay.  Juan y Andrés que venían de la provincia de Buenos Aires y estaban recorriendo el norte. Y finalmente Mariano, un porteño al cual no lograba descifrar y con el cual había poca química.  Este grupo se sentía inmortal y por ser la última noche de Juan y Andrés decidimos salir a cenar y emborracharnos ¡Ay si nos emborrachamos!

Al día siguiente con un sol brillante y la resaca de nuestra vida salimos a conocer,  yo estaba teniendo un día complicado así que decidí ir sola. Me camine el pueblo entero y al subir a un monumento en lo alto conocí a Carlos. 


Carlos tiene aproximadamente sesenta años y es chaman. Me detuvo a la mitad de la escalera y comenzó a leerme, literalmente a leerme de adentro hacia afuera, diciéndome mi misión en esta tierra y tratándome con un amor mágico,  extraño y muy paternal. Hablamos por horas, me compartió nombres de libros que podrían ayudarme y termine con una rasta, un collar de protección y una sensación enorme de paz. Humahuaca siempre va a ser especial para mi.


El destino final dentro del norte argentino fue Iruya,  un lugar imperdible. 

Pintorescamente acomodado en la cima de una montaña y con un río seco que lo partía a la mitad, este pueblo nos recibió con muchas calles que suben y bajan,  y en el cual comenzamos a sentir lo que era estar a varios metros sobre el nivel del mar. Nuestro camping estaba cruzando ese río, y también un lugar llamado San Isidro.


A la mañana siguiente de haber llegado a ese pueblo completamente detenido en el tiempo partimos con unas cuantas frutas al encuentro de ese otro lugar. La caminata era de dos horas ida y dos vuelta.  Caminamos bajo el sol y sobre miles de piedras que lastimaban nuestros pies, cruzamos riachuelos cada vez más fríos y con una corriente  cada vez más fuerte, a la mitad del camino comenzó a llover. Estábamos en medio de la nada, una parte del equipo decidió seguir; Nestor y yo decidimos volver, se estaba poniendo peligroso así que apresuramos el paso, la lluvia era cada vez más fuerte y el regreso se volvía complicado. Decidimos ponernos en actitud de guerreros, caminar sin compasión y cruzar los riachuelos sin miedo; Llegamos por fin al pueblo y nos refugiamos en un comedor donde mojados y con frío volvimos a la vida.

Volvimos al camping para darnos cuenta que no había ni techo ni agua caliente, tratamos de mantener una actitud positiva sabiendo que al día siguiente saldríamos hacia nuestro último destino argentino: La Quiaca.

Partimos sólo una parte del equipo, los otros se habían quedado en San Isidro y compramos sólo el pasaje de autobús para Juliette,  Alizée,  Nestor y yo. Cuando íbamos en camino al paradero de autobuses me di cuenta que no teníamos los boletos. Con el peso de la mochila volví al lugar donde los había comprado, por suerte estaban ahí.  Volvimos a respirar.

La Quica es feo. Nos hablaron de un camping abandonado o de un pueblo a quince minutos en auto llamado Yavi. Optamos por la segunda opción. Al día siguiente arrancamos Nestor y yo a comprar los boletos para Uyuni. Había que tomar un tren desde Villazón y al parecer los boletos se agotaban,  además sólo había salidas los martes y jueves.

Al cruzar la frontera las cosas se volvieron a complicar; Mi deuda por haber pasado el tiempo como turista en Buenos Aires no se podía pagar ahí,  lo tenia que hacer alguna persona desde allá.  El que me dijo esto era un trabajador de la frontera, acto seguido me devolvió el pasaporte y me dijo que intentara llamar a la ciudad de la furia para resolver el tema.

Esas llamadas me costaron mucha plata, la única persona que podía hacer eso era mi hermano y él no tenia celular. Cuando por fin logré comunicarme decidí quedarme del lado argentino y que Nestor comprara los pasajes a Uyuni. 

Bajo un sol intenso esperé; Súbitamente llegó un policía fronterizo que me pidió mi pasaporte. Al parecer ya me habían puesto sello de salida por lo que tenia que salir si o si del territorio argentino y pasar al boliviano. La desesperación que viví fue fuerte; Mi compañero de ruta estaba en Bolivia, mi mochila en argentina y yo tenía que salir de ahí.  Me amenazó con quitarme el pasaporte.  A las seis de la tarde volví y mi deuda seguía sin ser pagada por lo que la encargada de migraciones me dio hasta las diez de la noche para ir a Yavi,  tomar mis cosas y quedarme en Villazón. Que sola me sentí ese día. 

Por la noche después de un baño caliente salí de Yavi con Nestor para darnos cuenta que no había transporte que nos llevara  la Quiaca. Bajo una lluvia fría decidimos hacer auto stop,  aunque parecía imposible ya que no había ni un alma. Finalmente una camioneta se detuvo, la manejaba un señor que por los mismos quice pesos nos llevó a la frontera. Crucé despidiéndome de esa mala experiencia;  En Villazón encontramos un alojamiento, dormimos profundamente para al día siguiente despertarme dándome cuenta que en realidad no vale la pena sufrir el momento, que todo tiene una solución y que al final todo va a estar bien. Además estaba en Bolivia, así que no importaba nada más

Como les decía,  viajar es soltar. Soltar con fe sabiendo que la vida misma está llena de magia, aunque a veces parezca lo contrario;  El truco está en mantener el equilibrio,  en agradecer todo lo bueno o malo que nos pasa y en entender que estamos aquí para ser, creer y crecer, desde adentro y con todo el corazón. 

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