lunes, 12 de enero de 2015

Menos ocho días.

Cuando tenía quince años entró en mí una revolución extraña. Extraña y compartida porque todos fuimos adolescentes raros y revolucionarios, así que decidí ser hippie. Lo decidí de verdad, les digo,  a tal punto que mi mamá cómo buena madre me llevó de viaje al DF a comprar todo ese nuevo guardarropa que necesitaría para mi nueva vida a la Bob Marley. Era de esperarse cuando el lunes llegué al colegio vestida de pies a cabeza con un atuendo salido de los 70's que me preguntaran si más tarde actuaría en alguna obra de teatro. En ese momento decidí ser menos extremista y vestir mi corazón de hippismo. Era muy raro porque no terminaba de definirme, hippie por un lado, rebelde y materialista por otro, como si en mí habitaran dos personas completamente diferentes. Bueno, para no hacer larga la historia, un día fui al cine a ver "Diarios de Motocicleta", salí tan contagiada de esa libertad que tuvo el Che Guevara para recorrer Latino América que en ese preciso momento les dije a mis papás que había decidido recorrer el mundo con una mochila. Empecé con pequeños pasos; A los dieciocho me fui de niñera a Francia y tuve la oportunidad de viajar meses por el viejo continente. A los veintiuno lo volví a hacer pero esta vez me fui a quedarme unos meses en Londres. A los veinticinco decidí vender todo y vivir en Buenos Aires. De decisión en decisión me di cuenta que ese estilo de vida me gustaba. Llegar a un país desconocido me daba la oportunidad de abrir mi cabeza, mi corazón y mi forma de percibir lo realmente importante. Igual me aterraba y creo que hasta la fecha me aterra la idea de no saber dónde parar. Es una búsqueda constante de algo que supongo que soy yo. 
Buenos Aires fue un lugar mágico para mi, acá aprendí de golpe a soltar todo, aprendí a empezar de cero, aprendí de humildad, de amistad, de amores. Aprendí que el corazón se rompe y la gente se va. Aprendí que si te distraes del presente creas un futuro raro. Aprendí a improvisar. Así que entre tantas lecciones de vida, que debo aclarar no llegaron de manera linda sino de golpe, decidí viajar. 

Uno no está preparado para este tipo de decisiones. Es como que pasan los días y no mueves un dedo para hacer todas esas cosas que tienes que hacer antes de partir. O si lo mueves sólo que en cámara lenta. La gente te hace preguntas que no sabes responder ¿Ya tienes todo listo?, y entras en pánico ¿Todo listo? ¿Qué es todo? y te das cuenta que lo único que tienes listo es el pasaje de autobús a la primer ciudad en dónde dormirás en casa de alguien que conseguiste por Couchsurfing y que de ahí irás a otra ciudad, pero no sabes cómo te vas a mover y empiezas a viajar con la cabeza, recorres con la imaginación momentos, lugares e incluso personas que están a punto de formar parte de la aventura, y nada, te entra un pánico escénico que te lleva a decir: Basta de pensar, que fluya como deba. 

Y lo más loco es todo lo que va sucediendo al rededor; Casualmente todas las personas que ves caminando por la calle son mochileros, te encuentras gente que hizo lo mismo, escuchas conversaciones sobre esos lugares que estás a punto de conocer, y además todo sucede mágicamente, como si la misma vida quisiera que lo hicieras: Nada frena, todo fluye. 

Empiezas a ver con ojos de amor a todo; Desde los cuarenta grados que hacen en este momento y que me derriten de a poco, hasta la espera del colectivo, el ruido de la ciudad, los clientes incómodos del bar, la gente que no te cae tan bien, las jornadas largas de trabajo, en fin, todo cobra un sentido diferente. Tu corazón toma fotos mentales de momentos que no volverán y guarda sonrisas de gente que quizás no vuelvas a ver. La sensación que da esto es muy loca, no sabes si volverás a un lugar que por dos años fue un hogar y no sabes si volverás a ver a esa gente que se convirtió en tu familia. Cuando decides dejar todo y tirarte al vacío no terminas nunca de creértela. 

Ocho días. O-C-H-O D-Í-A-S. Miro al cielo esperando que ocurra un milagro que haga que el tiempo no pase tan rápido como siempre. Me pongo a ver como resolver el tema de mis cosas; Esto se va a México, esto lo regalo, esto me lo llevo. Se acerca la fecha y leo algo que no había pensado, y me vuelvo un manojo de nervios. Me despierto y la voz de director de mi película me dice: Ya te vas, Maquita. Me doy cuenta en Blogs de viaje que hay mil cosas que comprar, o que llevar, o usar; Que si la toalla mágica de secado rápido, que si un abre latas, la cuchara, el tenedor, que si el Kit de supervivencia, la linterna, el repelente, no olvides el bronceador, y la cuerda ¿Una cuerda? ¿Para que llevaría una cuerda? Y el aislante, y cosas para vender en el camino, venden tampones ¿no?, y tu papá te compró un seguro de viaje y eso qué quiere decir ¿Tan peligroso es? Y de acá allá son veinte horas en autobús, y Bolivia, cuidado con Bolivia, y la fiebre amarilla, y cómo vas a cruzar a Panamá, y dónde vas a dormir, y compra semillas así tienes energía para caminar ¡Cierto! Soy mochilera y voy a tener que caminar. Y la gente esto y lo otro, y de repente siento como si estuviera a punto de irme al medio de la nada. 

Y nada gente, que a pesar de tener el corazón a mil por hora todo el tiempo les digo que la aventura ya empezó, que los días en realidad no se van a detener ni el mundo va a parar. Y que la cantidad de emociones que uno siente conforme pasan los días son increíbles y la incertidumbre que te da hacer una viaje basado en la improvisación es maravillosa. Y pues eso ¿Qué les digo? Que si lo quieren hacer no esperen y háganlo, así tenga otro nombre ese sueño, porque la vida no espera por nadie, pero tu vida está esperando por ti.  

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