viernes, 27 de febrero de 2015

Mochileando ando: Bolivia.

Bolivia para mi fue magia; Una magia incomparable en donde los colores,  olores y sabores abundan. Un lugar lleno de montañas, ríos,  gente y atardeceres que te quitan el aliento. El lugar de las verdaderas mochileras, las ¨Cholitas¨. Un choque cultural con personas que defienden sin cesar sus raíces y su cultura, y hacen a un lado indiscriminadamente a todo aquel que no pertenece a ellos. Un lugar en donde siempre debes de estar dispuesto a pagar por el derecho al uso de la terminal o el derecho de mear. Bolivia es mal del altura para muchos, mascar coca para otros y una constante consecuencia estomacal.

Bolivia para mi fue fiesta, y no es que yo la celebrara,  es que su gente nos recibió y nos despidió con el carnaval, en el cual de globos pasamos a pistolas llenas de agua con las cuales nos mojaban sin compasión. De Uyuni a Copacabana esquivamos globos de agua, niños traviesos, mamás que dirigían la guerra carnavalesca a cualquier extranjero que se le cruzara.

En Uyuni conocí la inmensidad tanto del salar como de mi cuerpo, el tren era demasiado pequeño y aunque el viaje era maravilloso practiqué el Kamasutra entero con mi asiento tratando de dormir. Fue imposible y lo único que logré fue ponerme de mal humor; sin embargo ver la grandeza del salar me quitó cualquier malestar. 

Generalmente los lugares que uno va pisando vienen acompañados de precios caros y turistas.  Algunos de ellos van igual que tú: Sin un peso y tratando de evitar cualquier precio alto. Otros van de vacaciones y en vez de cargar la valija la arrastran mientras sus ruedas te recuerdan la fuerza que requiere viajar con mochila al hombro.

Uyuni es el paraiso del turismo; Mientras nos tomábamos todas esas fotos, que todos sabemos son un completo cliché, debíamos esquivar gente para que no salieran de fondo. Habiendo tanto salar estábamos todos reunidos con nuestros diferentes Jeeps contratados saludandonos con una sonrisa por habernos encontrado de nuevo. Sin embargo cada gramo de sal que había en ese lugar no era suficiente para pagar la satisfacción,  emoción, felicidad y paz que te da el momento de ver a tu al rededor y admirar un paisaje que simulaba un paseo por las nubes en donde el cielo y el suelo se confundían de tal forma que solo podías voltear hacia arriba y agradecer la fortuna de estar viviendo eso. 
Uyuni es sal, es el resplandor que te mantiene con los ojos a medio cerrar, es frío y es sol. Es pureza y blancura. Y es que Bolivia es eso también,  un salar que te recuerda lo pequeños que somos y lo grandes que nos creemos.

Bolivia para mi también fue Potosí,  una ciudad llena de arquitectura colonial,  con gelatinas de colores y crema pastelera, ¨Silpancho¨,  licuados de mil frutas y un mercado con un comedor barato. Potosí parecía estar mas acostumbrado a tratar bien al extranjero, su gente emana bondad, sus calles tradición y su alma la motivación a seguir queriendo conocer más.  Así que no tardamos mucho en llegar a esa terminal de autobuses en donde desde el momento en que entramos nos recibió un coro; Un gran coro que al unísono te ofrecían diferentes destinos y precios: "OooooruuuooooLaPaaaazCochabambaaa". Y por qué no, para agregarle sal a ese momento bizarro una boda en pleno centro de la terminal. Y es que les digo que Bolivia simplemente es.

"Cuando lleguen a Bolivia dejen de usar short,  no confíen en nadie y siempre regateen.  Ah! Y si alguien mea frente a ustedes dejenlo ser". Esta advertencia nos acompañó todo el tiempo, por eso mismo Potosí nos llevó a Oruro,  así ahorraríamos unos cuantos "bolivianitos" y nos hacíamos un viaje tan largo a la paz. El tema es que no nos ahorramos casi nada, sin embargo, la vida manda siempre recompensas,  y a nosotros nos presentó a Kari.  Una pequeña señora en silla de ruedas que no paró hasta llevarnos a las gradas principales del ultimo ensayo del carnaval de Oruro. En donde ya no sólo había globos y pistolas de agua sino que a la costumbre se le agregaba espuma y cerveza, mucha cerveza Paceña para todo ese público que debía mantener el ritmo el mes entero. Tres horas después partimos a la capital.

La Paz nos recibió de noche, con calles que suben y bajan, que se roban gran parte de tu aire y que te hacen recriminarte la cantidad de cosas inútiles que llevas en la mochila. Se divide en la parte alta y el sur, ambos se comunican por un moderno teleférico que te cobra cada vez que tienes que hacer un cambio de color de linea, y al ser el medio principal de transporte no te queda otra opción.

La Paz es el lugar de las cholitas modernas, esas mujeres guerreras que cargan en su espalda el peso de cualquier cosa que les impida usar las manos, incluso sus hijos. Son  mujeres extremadamente trabajadoras y celosas con los suyos. Usan faldas de color pastel y un sombrero que nunca cae y que tienta a preguntar el método científico que utilizan para mantenerlo en su lugar. La Paz es dualidad: El alto con pobreza y el sur con riqueza. Los divide una montaña que simula un manto y le  esconde a unos o a otros la realidad bizarra entre dos mundos completamente distintos.


Bolivia es el jardín del Edén criado por los hijos de Cain. Un paraíso natural guardado celosamente por sus habitantes, una incoherencia constante en donde muchas veces no serás tratado como esperas aunque trates con todo el corazón.  Y así vivimos Coroico y Sorata, paraísos tropicales en donde volvimos a sentir el calor en el cuerpo pero en donde nos topamos con gente fría. Lugares mágicamente acomodados en alguna parte de una montaña con paisajes que jamás pensaste reales. Pequeños pueblos llenos de frutas variadas y gigantes, carreteras complicadas en donde contar hasta diez te permite distraer a tu mente del barranco que hay a tu lado y que el chófer pasa sin frenar. Noches bohemias en donde mochileros se unen bajo la luz de la luna y comparten anécdotas sin mirar a quién.


Perdidos en el tiempo avanzamos a Copacabana. Ay, Copacabana. Si Bolivia en general es una mezcla de realidades, este lugar fue la antítesis. 

Ciudad acomodada a la orilla del lago Titicaca,  a unos kilómetros de la mágica Isla del Sol y de la luna, de pocos habitantes y miles de turistas,  algunos de solo un día, otros de semanas y años. Copa le abre las puertas a todos los mochileros que piden descanso, trabajo y tiempo para meditar. No por nada dicen que este místico lago es el sexto Chakra de la tierra así que uno tiende a dejarse influir bastante por esas cosas que guarda el inconsciente o a conocer de frente a su parte oscura y luminosa. Todo al mismo tiempo. 

Copacabana nos abrió sus puertas por mas de una semana en donde contagiados por más viajeros vendimos desde sándwiches y quesadillas hasta crepas.  Pasamos muchos días así y otros tanto disfrutando del "Dolce far niente", talento que sale a flote sin oposición alguna una vez que vives moviéndote. 

Este lugar fue especial, quizás me agarró cansada pero acá el carnaval me llego al límite. Los globos con agua eran tirados con cada vez más profesionalismo y fuerza dado que dicha celebración estaba por terminar. La gente del pueblo no nos miraba a los ojos si quiera y antes de partir nos vendieron un boleto de autobús hasta Cusco al doble de precio de lo que en realidad costaba.


Hay mucho agradecimiento de mi parte a la magia que me aportó este país,  pero también es cierto que cuesta entender el cómo tratar a su gente.  Sin embargo ahora que veo para atrás me doy cuenta que son experiencias personales y que quizás vivir eso me enseñó a ser mas fuerte y a mantener la dulzura pese a todo.

Bolivia es. Bolivia se deja ser en cada instante, fluye tan fácil como el agua y es tan versátil como su clima. Pais mágico,  lleno de cultura, belleza natural y gente que defiende eso a toda costa. Gente guerrera, trabajadora y con bondad en la mirada.

Nos fuimos un poco cansados porque pasamos un mes dentro de ella. Acá hubo dolores de panza, de cabeza y corazón.  Hubo mal de altura y mucho frío. Hubo aprendizajes y gente que nos cruzamos y nos enseñó la importancia de la raíz Latino Americana. Acá trabajamos duro y nos dimos cuenta en cada uno de esos hermosos atardeceres de Copacabana que estamos cumpliendo el sueño, que estamos recorriendo el continente llenos de tantas bendiciones que no queda más que dar las gracias una y otra vez, porque ser mochilero te aleja de lo falso y te pone de frente con todo lo real que hay en ti y en el mundo. 

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