Para cuando me vine a Buenos Aires todas mis cosas estaban vendidas. Me
había aprovechado de cualquier objeto que pudiera llamar "mío" para ahorrar la mayor cantidad de plata posible, comprar un vuelo a la
Ciudad de la furia y subsistir por más o menos un mes. Vendí mi cama, los
muebles de mi cuarto, mi ropa, y lo más doloroso, mis libros. Vendí mis
zapatos, mis recuerdos y hasta mí tiempo trabajando de niñera con mis primas,
organizando eventos y vendiendo brownies. En fin, movilicé todo a mí al rededor
para poder volar. Y lo hice.
El día en que me despedí de mi gente en mi amada Morelia, todos me dieron un
cachito de su corazón. Llevaba conmigo dos maletas de 25 kilos cada una, y un
montón de cartas, fotos, libros, consejos, abrazos, besos y buenos deseos.
Mientras iba en la autopista de Morelia a México, Df, leía las cartas como Magdalena en día hormonal; No paré de llorar en las tres horas de viaje. Es
extraño porque generalmente soy buena para despedirme, pero esta vez era
distinto porque estaba apostando todo por un país que ni siquiera conocía, y
sobre todo estaba apostando todo sin ningún plan armado, cosa que me emocionaba
demasiado pero también me tenía muerta de miedo.

Como saben, el peso argentino está súper devaluado, así que las monedas y
los billetes de dos pesos, comenzaron a acomodarse en mi nueva alcancía con
facilidad. De un momento a otro se llenó. Cada vez que metía un billete o una
moneda, pedía abundancia, viajes, estabilidad.
Trabajé en un bar en pleno Microcentro como camarera; Cuando de un momento a
otro decidí dejarlo justo al tiempo en que me mudaba de casa. Son esas
decisiones abruptas que siempre me han caracterizado, saltar de un lugar a otro
en un segundo, sin pensarlo mucho. Así que obviamente mi economía estaba por
los suelos, tanto así que tenía justo lo del alquiler de la nueva casa y lo del
taxi que me ayudaría a moverme. Además en el nuevo trabajo estaba en etapa de
prueba, así que los días que trabajaba eran mínimos. Fue justo en este momento
que aprendí dos cosas importantes que me hicieron más humilde; Saber lo que es
pasar hambre y la importancia de tener una alcancía.
Después de pagar el taxi a mi casa, dejé las maletas con una emoción que
sólo sientes cuando empiezas algo nuevo. Admiré mi nuevo cuarto, agradecí
profundamente al universo por todas las bendiciones y me dispuse a ir a
recorrer el nuevo barrio, para conocerlo y para buscar algo de comer. Cuando
súbitamente recordé que no tenía ni un peso argentino. Abrí la maleta y saqué
la alcancía, tenía como 300 pesos que me permitieron comprar comida
y obviamente cigarros. La cara de los chinos que me vendieron la comida cuando
les entregué todas esas monedas fue sublime, era una mezcla entre
agradecimiento y odio. Seguramente tuvieron cambio por muchos meses.
La pobre alcancía quedó vacía, recordándome que compartiera mi chispa, pero
al fin y al cabo estaba vacía. No perdí esperanzas.
En el nuevo trabajo me llamaban cada vez con más frecuencia, así que
rápidamente me repuse. Empecé como camarera, luego pasé a ser Bartender,
después jefe de barra, y finalmente gerente del día. En el transcurso de ser
jefe de barra a ser gerente, me volví a quedar en ceros. Acostumbrada a recibir
un sueldo diario tuve que aprender a recibir uno mensual, y el mes apenas había
empezado, así que me quedaban más o menos 30 días sin un peso, y con un alquiler que pagar. Esta vez aprendí
que tengo que saber administrarme, pero igual me justifico en el hecho de que
ahorrar en este país es más complicado que encontrarle sabor a tacos a las
empanadas. Sin embargo, lo maravilloso de todo esto es que siempre me mantuve
positiva, y además la vida siempre me mandó gente hermosa dispuesta a darme una
mano y claro, tenía mi alcancía.
La vacié con tristeza al ver que no estaba tan llena como al principio, y
que ya no lucía tan nueva como cuando me la dieron. Se veía que estaba cansada
de que la vaciara cuando se me pegara la gana y sobre todo que lo hiciera en
momentos de desesperación. Me volvió a salvar, pude comprar comida para dos
semanas, rellenar la sube (Tarjeta que paga el transporte) y comprar cigarros.
Cuando menos me di cuenta ya estaba a principios de mes, y estaba recibiendo mi
sueldo.
Hoy la alcancía está medio vacía, pero cada vez que la veo me recuerda esos
momentos donde al pasar hambre aprendes a ser más humilde, aprendes a valorar y
aprendes a ser administrado. No he vuelto a vaciarla desde hace 10 meses. Sin
embargo, cada vez que la veo, llena o vacía, me recuerda "Share your
spark" y me doy cuenta que esta vida es así, con todo y todo, hay que
siempre compartir la chispa, en las buenas y en las malas, hay que mantenerla
encendida y contagiarla a los que se olvidaron de encender la suya. Así de
simple, así de cursi.
Tan sincera como la emocion que me diò leer esto. Eres, hermana, realmente alguien que admiro.
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