martes, 30 de junio de 2015

Las vendedoras de sueños

Waiki quiere decir artesano, nosotros nos hemos convertido en artesanos de vida.

Van cinco meses y pico desde que salí de Buenos Aires y comencé  a materializar  el sueño de mochilear por Latino América. La mayoría de las personas a mi al rededor me han preguntando cómo lo logro, en esta vida nos enseñan que sin dinero no se puede viajar. Sali con algunos ahorros que por suerte sólo he tocado en caso de emergencia lo demás ha sido gracias a la inspiración de la hermosa gente que el camino me ha puesto en frente y que me ha enseñado lo fácil que es moverse sin caer en el juego de Babilonia.

"Buenas tardes, venimos a ofrecerles las trufas  que hacemos para poder volver a nuestro país. Son unos dulces de vainilla, manjar, guineo y un montón  de amor, comprensión y ternura. Están a una por treinta centavos, dos por cincuenta o cuatro por un dólar.  Les gustaría ayudarnos  por favor" Guiño, sonrisa.

De Copacabana, Bolivia a la costa de Ecuador la comida que hemos vendido ha variado considerando la oferta y demanda de las ciudades que cruzamos,  y sobre todo considerando la motivación que a  Juliette y a mi  nos genere el producto. Empezamos con toda clase de sándwiches, luego pasamos a las quesadillas, luego a crepas  con dulce de leche y finalmente llegamos a las trufas.

Vender siempre es una aventura, generalmente la producción nos lleva bastante tiempo; Ir al almacén, comprar las cosas, moler las galletas de vainilla con algún artefacto, que así como los productos que hemos vendido, ha cambiado con la necesidad de moler a mayor velocidad y facilidad. Nuestra última herramienta es creación de una hermosa mujer de Crucitas: Rosa, alias nuestra mamá ecuatoriana,  que al vernos aplastar las galletas  desquiciadamente con palos, dientes o estrellandolas contra la pared, decidió enseñarnos la técnica ancestral de moler con una piedra tal como ella hace con los granos o con el plátano  maduro, así que ahora nos ahorramos bastante tiempo.  Pese a la energía y el tiempo invertido estar sentada durante horas frente a frente con Juliette, una hermosa guerrera francesa con la que viajo hace casi cinco meses, me ha permitido entrar en procesos de vida. Mientras vamos amasando  la familia, los amores no correspondidos, las ganas, los sueños, los miedos, el presente, el pasado y el futuro nos acompañan. Eternos procesos en donde la maravilla de encontrar a alguien que sabe exactamente cómo y que reflejarte  nos unen y nos vuelven un poco mas sabias, más ligeras y nos hacen sentir invencibles.

A la hora de salir a vender entramos de lleno en ese personaje que las dos sabemos que nos va a dar dinero rápido, una faceta coqueta, divertida y hasta a veces irresistible y no es porque saquemos a la tigresa que llevamos dentro, es que aprendimos a llegar al corazón de toda esa gente de ciudad, de plata o de no plata que termina siempre comprándonos. Generalmente la venta siempre va bien, realmente tenemos el talento para vender en lugares donde no hay posibilidad  alguna y sobre todo tenemos el talento para lograr vender en máximo dos horas, pero pasa que la vida no deja que tu ego se infle, así que muy a menudo tenemos rachas en donde por mas que pongamos toda esa increíble energía recibimos de la gente muchos "No quiero" seguidos que nos bajan el ánimo y nos regresan a casa totalmente agotadas y con ganas de tirar la toalla. 

Vender trufas nos permite también conocer mucha gente de todo tipo; De un momento a otro nos volvemos parte del otro bando, de los que venden, de los que viven al día, de los niños de no más de diez años que te dejan algún caramelo y te piden una moneda, de los vendedores de coco, de las negritas que hacen trenzas en la playa, del viejito ciego que toca guitarra, de los supuestos chicos en rehabilitación que suben a los autobuses a contar su historia, de las mamás que cargan en su espalda a su hijo y a la responsabilidad de sacarlo adelante,   nos volvemos parte de la calle; Las prostitutas nos saludan, los hombres se nos insinúan, las mamás nos regalan consejos, los restaurantes agua, la gente monedas. Y estar de ese lado es increíble, aprendes a conocer a las personas de verdad, a vivir de lleno el lugar donde te encuentres,  a pedir sonrisas a los que con cara de malo te cortan el discurso de venta después del "Hola qué tal". Aprendes a vivir al día y disfrutar realmente de todo lo que el presente tiene para ofrecerte; Lo único que te preocupa es lograr ganarte lo suficiente para pagar el hospedaje, comer y por qué  no tomarte una cerveza flotando en la simplicidad de la vida y brindando por el próximo encuentro con una nueva ciudad o país.

Hay momentos en los que la rutina de venta te aburre y te acuerdas que si estás  vendiendo es justamente para poder hacer lo contrario a lo que hacen los demás: Tener un trabajo de oficina y vivir en modo Babilónico. Así que te pones a inventar maneras de darle la vuelta a la tortilla; Inventas que eres de otro país, finges vender con acento ruso, inventas otra historia, otra personalidad. Y es que además las preguntas que nos hacen siempre son las mismas "¿De dónde son? Y ¿Por qué se quedaron sin dinero? ¿Cuánto  llevan viajando? Y ¿Por qué  se quieren ir? Mejor consigansé un marido de acá, mire él está soltero, andele llevesélo con usted ".

Es como que a la gente no le cabe en la cabeza el ir viajando por tierra, piensan que nos quedamos sin futuro y sin rumbo, algunos nos ven con tristeza pero por suerte ganan más las miradas curiosas, aquellas que se llenan de ganas de seguir tus pasos, de emprender el vuelo, de salirse del molde, y es aquí cuando tienes  la fortuna de generar un cambio,  aunque sea chiquito.

Y nada que así vivimos la vida. Con ganas de vivir simple, de sentirnos libres, de cambiar el rumbo, buscando complicidad en las miradas, contagiando ganas, viviendo en un eterno presente en donde agradeces cada sonrisa y te guardas bien en el corazón cada bendición.

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