domingo, 15 de marzo de 2015

Cusco, Machu Picchu y una mexicana dejándose ser.

La magia que me encontró buscándome en Cusco fue inevitable,  es cómo si el mismo Perú estuviera esperando para lanzarme varios baldes de agua fría para despertarme.  Y entre el Ovalo de Pachacutec, la plaza de armas y el barrio de San Blas fui encontrando realidades del mundo y de mi misma.

Recorridos rutinarios por el mercado de San Pedro, ganar el peso perdido con cada delicioso pan que te ofrecía alguna de esas mujeres que con sus manos te daban una probadita de casa. Los jugos frutales,  el lomo saltado, el arroz chaufa,  los mates para la panza, para la cabeza y por qué no, para el corazón.

Los niños vendiendo llaveros en forma de llama con una cara tan suplicante que hasta el alma se incomodaba por no comprar, y más aún cuando el pequeño con su mejor inglés te decia: Only one sol, amiguito,  llévelo.

Cusco, la casa del turismo. Lugar sagrado en donde se respira tradición, traición y un pasado oculto. Ciudad en donde cualquier persona distinta al lugareño es un gringo y eso es un pase abierto a venderle cualquier cosa; Desde masajes, mantas típicas,  tatuajes hasta el mejor tour que promete llevarte a donde nadie jamás llegó en Machu Picchu. 

Y aquí es donde me permito extender mis palabras con todo respeto y disculpas adelantadas. Pero es que para mi lo único que valió la pena fueron las dos horas y media a pie desde la hidroeléctrica hasta Aguascalientes,  las montañas; Esas montañas que abrazan las ruinas de una manera tan mágica que por un momento puedes palpar la inmensidad. El río, las nubes, la subida a ese lugar sagrado, la comida en el mercado después de tanta caminata y sobre todo esas ruinas, sin bulla, puestas ahí, en la cima, de una manera tan perfecta,  simple y ecuánime. 

Bienvenidos a Cusco ¿Ya fueron a Machu? Pareciera que es obligado,  que quien pone un pie en esta ciudad debe de ir allá. Incluso te venden todo tipo de articulos para adquirir un estilo a la Indiana Jones. Y todo bien, pero ¿En qué momento lo real y sagrado pasó a ser un Disney Latino Americano?

Hice la ruta ahorrando lo más posible, mis Converse llegaron casi intactas al lugar y buscando una conexión con ese pasado místico me di cuenta que entre "palitos de selfies", guías contando historias diferentes de una misma piedra, turistas haciendo cola para tomarse la típica foto con las ruinas de fondo, llamas esperando ser fotografiadas, iba a ser imposible encontrar esa magia Inca que tanto esperaba encontrar. "Prohibido comer,  prohibido salir, prohibido pasar" pero no está prohibido que después de haber pagado tremenda cantidad de dinero para entrar a las ruinas me cobres por ir a mear.

Para mi los Incas deben de estar soltando carcajadas al vernos a todos sacando provecho de lo sagrado, o ¿Me van a decir que también es sagrado el hotel y la red de Wifi que hay en las ruinas?
Y disculpen si ofendo, pero sagrado es el ahora y sagrada es la risa de la gente de este lugar. Sagradas son sus tradiciones y sagrado es su corazón;  Lo que sucede al rededor del Machu Picchu es un show. Yo en lo personal salí decepcionadamente  maravillada.

Para mi Cusco comenzó a ser real en el momento en que empecé a vivirlo como es; cuando la imagen típica para el turismo se va cayendo comienzas a ver la verdadera cara de la ciudad y puedo decir que es de los lugares más bellos en los que he estado.
Cusco nos recibió con un frío que no incómoda,  con ruinas escondidas, techos de teja y una bondad increíble de su gente. Cusco nos quitó el frío de Bolivia y sus calles nos contagiaron calidez. Nos regaló una realidad diferente bajo una de las lunas más bellas.

Aquí me dediqué a estar sola y es donde más acompañada he estado. Acá tuve la oportunidad de conocer personas increíbles que me mostraron una gran sabiduría de alma y de vida. Me metí a las ruinas de Sacsayhuaman, llegue al punto equis con un supuesto chaman en donde con Victoria,  una hermosa guerrera azteca, vivimos una experiencia bizarra y espiritual.

Cusco tiene un imán;  A todos los mochileros nos hechiza alguno de sus rincones, y sin esfuerzo extiende unos días más la estadía de los que prisa no llevamos y su suelo pisamos.

Tardé quince días en poder moverme de este lugar, me volví adicta a sus callejones, su comida,  su gente y la cantidad de información que me mandó la vida. Me volví adicta a sentarme donde fuera y meterme de lleno en el ahora de mi al rededor. A perderme entre nombres bizarros de calles, entre gringos, japoneses y turistas de los de verdad.     A vivir la típica doble moral latinoamericana y dejarme llevar por la inocencia de sus niños. A imaginarme teniendo una vida en San Blas y a hacer poesía con su versatilidad.  Y es que Cusco es sagrado y se respira magia.

Y me vuelvo a disculpar por dejar de lado el Machu Picchu,  el valle sagrado o la cantidad de museos que hay en esta ciudad, pero aprendí más de su raíz hablando horas con  su gente y más de sus costumbres abriendo los ojos bien  grandes. En mi viaje, en mi vida, el protagonismo no lo tuvo nada que debiera pagarse para poder disfrutarse.
En fin, después de hacer una vida cuasi cusqueña me di cuenta que a veces nos venden la idea de lo sagrado, y que se nos olvida admirar todo lo que hay al rededor, lo que simplemente está ahí y que en muchas ocasiones es magia pura. Como tú,  como yo, como la naturalidad de lo que es.

Gracias Cusco por tanta belleza. Gracias a toda su gente por su autenticidad.  Gracias a los miles de ángeles que de nuevo me mandó la vida e hicieron de este lugar un agradecer constante. Gracias mil veces vida.

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