La vida
me puso en el camino una flamante bicicleta roja; La compré sin pensarlo dos
veces y sobre todo, la compré sin tener ni idea de las normas para los
ciclistas en la ciudad de la furia.

Un día
decidí usarla. Caminamos una cuantas cuadras juntas mentalizándome para
quitarme el miedo y sentir cada parte de ella como una parte mía. Cuando menos
lo pensé estaba pedaleando a kilómetros de mi casa. Fue
maravilloso.
La usé un
par de veces, iba al trabajo en ella y volvía. Hasta que un día de regreso a mi
casa me encontré con una de esas avenidas gigantes, con muchos coches y sin
clicovía. Logré salir ilesa, pero Cleta no, porque el volante mágicamente se
aflojó y tenía que mantener la fuerza en el estomago para que dicho volante se
mantuviera en su lugar.
La volví
a guardar prometiéndome llevarla a arreglar lo antes posible. El tiempo pasó y
Cleta seguía sin ser arreglada. Me fui de vacaciones a México, volví, mi vida
dio un vuelco gigantesco y la ignoré completamente.
Un día
cansada de esta situación y sobre todo harta de tener que salir de trabajar a
las cinco de la mañana y esperar el colectivo, decidí llevarla a arreglar ¿Qué
pasó? Tardé como un mes en hacerlo. Pero finalmente la llevé y ella me lo
agradeció.
Saliendo
del Doctor de bicicletas, caminamos juntas un par de cuadras en las cuales le
pedí disculpas por abandonarla tanto tiempo y en donde volví a sentir cada
parte de ella. Me subí y pedalee, fue sublime. Ese día
prometí ser más constante conmigo misma y con Cleta. Así que ahora, todos los
días me subo en ella y arranco al trabajo.
No ha
sido fácil, sobre todo porque decidí comenzar mi nueva vida en bicicleta en
pleno invierno, además fumo como desquiciada y mi condición física me lleva a
querer tirar la toalla a las ocho cuadras pedaleadas sabiendo que vivo a media hora
de distancia del bar. Sin embargo, salir en la madrugada y poder disfrutar del
silencio de una ciudad que nunca duerme es un sentimiento maravilloso que te da
la oportunidad de escucharte y de ver cosas como árboles mágicos, lunas
increíbles, amantes sin vergüenza y algunos borrachos curiosos.
Sentir
esa libertad en la bici es casi inexplicable en un mundo donde nuestra libertad
se ve muchas veces limitada, pero encontrarte a la gente atascada en el tráfico
mientras tú vas pedaleando a tu ritmo es increíble. Sobre todo ser constante
con algo que te hace bien es liberador. Y te lleva a reflexionar que en
realidad la vida sí es como andar en bicicleta, en donde tienes que quitarte los
miedos y subirte en ella, pedalear a tu ritmo, y seguir el camino que sea más
fácil para ti, cuidándote y estando presente. Observándote, escuchándote y maravillándote
por todas esas bendiciones que hay a tu alrededor. Y sobre todo siendo consciente de que no importa cuántas veces te pierdas porque cada camino te llevará a un gran aprendizaje.Disfruta del camino, no quieras llegar rápido al destino. Eso sí, nunca dejes de pedalear.
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