jueves, 26 de junio de 2014

Cleta, mi amor.



La vida me puso en el camino una flamante bicicleta roja; La compré sin pensarlo dos veces y sobre todo, la compré sin tener ni idea de las normas para los ciclistas en la ciudad de la furia.

La tuve estacionada en la sala de mi casa aproximadamente un mes; Cada vez que pasaba a su lado, ella me ponía una de esas caras suplicantes y me decía: Dale, Maca. Úsame, no tengas miedo. Yo ponía cualquier pretexto para postergar el inicio de nuestra relación, sobre todo porque cuando era chica tuve una mala experiencia en la cual a toda velocidad en mi bicicleta casi me rompo todos los dientes. 


Un día decidí usarla. Caminamos una cuantas cuadras juntas mentalizándome para quitarme el miedo y sentir cada parte de ella como una parte mía. Cuando menos lo pensé estaba pedaleando  a kilómetros de mi casa. Fue maravilloso.

La usé un par de veces, iba al trabajo en ella y volvía. Hasta que un día de regreso a mi casa me encontré con una de esas avenidas gigantes, con muchos coches y sin clicovía. Logré salir ilesa, pero Cleta no, porque el volante mágicamente se aflojó y tenía que mantener la fuerza en el estomago para que dicho volante se mantuviera en su lugar.

La volví a guardar prometiéndome llevarla a arreglar lo antes posible. El tiempo pasó y Cleta seguía sin ser arreglada. Me fui de vacaciones a México, volví, mi vida dio un vuelco gigantesco y la ignoré completamente.

Un día cansada de esta situación y sobre todo harta de tener que salir de trabajar a las cinco de la mañana y esperar el colectivo, decidí llevarla a arreglar ¿Qué pasó? Tardé como un mes en hacerlo. Pero finalmente la llevé y ella me lo agradeció.

Saliendo del Doctor de bicicletas, caminamos juntas un par de cuadras en las cuales le pedí disculpas por abandonarla tanto tiempo y en donde volví a sentir cada parte de ella. Me subí y pedalee, fue sublime. Ese día prometí ser más constante conmigo misma y con Cleta. Así que ahora, todos los días me subo en ella y arranco al trabajo.

No ha sido fácil, sobre todo porque decidí comenzar mi nueva vida en bicicleta en pleno invierno, además fumo como desquiciada y mi condición física me lleva a querer tirar la toalla a las ocho cuadras pedaleadas sabiendo que vivo a media hora de distancia del bar. Sin embargo, salir en la madrugada y poder disfrutar del silencio de una ciudad que nunca duerme es un sentimiento maravilloso que te da la oportunidad de escucharte y de ver cosas como árboles mágicos, lunas increíbles, amantes sin vergüenza y algunos borrachos curiosos.

Sentir esa libertad en la bici es casi inexplicable en un mundo donde nuestra libertad se ve muchas veces limitada, pero encontrarte a la gente atascada en el tráfico mientras tú vas pedaleando a tu ritmo es increíble. Sobre todo ser constante con algo que te hace bien es liberador. Y te lleva a reflexionar que en realidad la vida sí es como andar en bicicleta, en donde tienes que quitarte los miedos y subirte en ella, pedalear a tu ritmo, y seguir el camino que sea más fácil para ti, cuidándote y estando presente. Observándote, escuchándote y maravillándote por todas esas bendiciones que hay a tu alrededor. Y sobre todo siendo consciente de que no importa cuántas veces te pierdas porque cada camino te llevará a un gran aprendizaje.Disfruta del camino, no quieras llegar rápido al destino. Eso sí, nunca dejes de pedalear.

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